AVISO

Este fic contiene sólo recreación sobre hechos del pasado. No contiene spoilers. Todos los personajes y lugares pertenecen a G.R.R. Martin

miércoles, 10 de abril de 2013

Capítulo 17


TYWIN
            Estaban ya a las puertas de las murallas de Desembarco. Si la información de Jaime era correcta, Aerys confiaría en su antigua Mano. No tenía nada que perder y mucho que ganar. Con Robert Baratheon avanzando sin freno, la llegada de Lord Tywin debía ser vista por el rey como una bendición. Lo único que podía dar al traste con sus planes era el escurridizo Lord Varys. Confiaba en que sus pajaritos no hubieran averiguado sus verdaderas intenciones.

            Lord Tywin redactó una carta para que fuera entregada a Aerys. En ella le pedía permiso para entrar en Desembarco con sus tropas con el fin de quedarse allí para defender la ciudad en caso de ataque rebelde. Pasaron varias horas desde que se produjo la entrega y empezaba a inquietarse. ¿Y si Aerys desconfiaba? ¿Y si lo amenazaba con matar a Jaime si no cumplía con su palabra? Tenía nervios de acero ante cualquier situación, pero si la vida de su hijo estaba en juego, mantener la calma le resultaba difícil.
            Un soldado salió por fin. Portaba un folio plegado y lacrado con el emblema de los Targaryen. Lo tomó aparentando calma, pero temblando por dentro. Tras desplegarlo pausadamente, leyó el contenido: el maestre Pycelle lo firmaba en nombre del rey. Se les franqueaba la entrada a la capital. Respiró con alivio. La suerte estaba echada y no iba a favorecer a Aerys. A una señal de Lord Twyin, sus soldados aceleraron la marcha y, una vez dentro, se aseguraron de que las puertas se volvían a cerrar. Cuatro hombres se quedaron custodiándolas para que nadie saliera. El ejército Lannister se distribuyó estratégicamente. Como si estuvieran movidos por una mano invisible, lanzaron gritos al mismo tiempo y comenzaron a saquear la ciudad. La gente que había salido de sus hogares a recibir a los que venían a salvarles las vidas se quedó paralizada. Lord Tywin observaba desde una pequeña plataforma con una picota usada para exhibir a los condenados. Sus hombres perseguían a todos, ya fueran niños o adultos, varones o hembras, ancianos o gente impedida. Sí, aquello era una masacre, pero debía hacerse. El escenario era terrible: sangre, violencia, lamentos y gritos. Las voces cargadas de dolor se mezclaban con las de las oraciones de protección dirigidas por los septones. Mientras se desarrollaba el horrendo espectáculo, Lord Tywin cabalgó hacia la Fortaleza Roja para evitar que las noticias del saqueo llegaran a Aerys y tomara medidas. Se hizo acompañar por cinco de sus mejores hombres y pronto accedieron al castillo.
            Las puertas también estaban abiertas allí. Nadie les impidió pasar y entraron al galope. Vieron a los primeros capas blancas de guardia, que los saludaron con respeto. No sospechaban nada. El griterío de la masacre no llegaba hasta allí y eso les daba ventaja. Entró a una de las innumerables salas, concretamente a la que servía de antesala a la del Trono. Era la indicada por Jaime en su última carta para que ambos se encontraran. Los techos eran tan altos que no tuvo ni que bajar de la montura. Ordenó a sus hombres que se quedaran fuera, pues quería tener la reunión con su hijo a solas.
            Lo encontró esperándolo. Llevaba puesta una armadura dorada con un yelmo en forma de cabeza de león, aunque seguía vistiendo la capa blanca de la Guardia Real. Algo que quiso reconocer como orgullo por Jaime le inundó el corazón, pero no quería demostrarlo delante de él. Una parte de sí mismo aún no le había perdonado que lo dejara todo por estar junto al rey. El muchacho inclinó la cabeza en señal de respeto. «Hijo mío, ven a mis brazos.» Jaime actuaba como forzado, sin saber qué hacer. Lord Tywin lo entendió: la última vez que lo había visto, lo había abofeteado e incluso le dijo que no era su hijo. Sonrió a pesar de que nunca lo hacía. El gesto ayudó a Jaime a abrazar a su padre con afecto. «Padre, por fin estáis aquí. Aerys está completamente loco y vos erais la única esperanza para los Siete Reinos. Decidme qué debo hacer.» Lord Tywin meditó por un momento. «Cuéntame qué ha pasado desde que me escribiste.» Jaime le narró la muerte de la Mano y el asunto del fuego valyrio. «Ya os dije que sospechaba que preparaba algo horrible, pero hace poco que lo confirmé.» «Está bien. Lo primero que harás será acabar con Rossart. Hay que evitar por todos los medios que queme Desembarco. Después… ocúpate de Aerys.» El joven asintió y salió de la habitación. Su padre se quedó mirando por donde se había ido, pensando en que, después de todo, su hijo iba a hacer historia y los Lannister serían recordados como salvadores del reino. Una vez solo, llamó a dos de sus hombres. «Gregor, Amory: buscad hasta el último rincón y traed a cualquier dragón o similar que encontréis. Vosotros sabéis de lo que hablo.»

2 comentarios:

  1. Bueno, esta parte tenía que llegar, la masacre y los crueles asesinatos propiciados por el señor de Roca Casterly... Pero como bien dice en cierto momento, era necesario para ganarse la confianza de Robert.

    Me ha gustado mucho cómo has desarrollado a este personaje, aunque algunos capítulos como éste sean duros de leer. Pero los personajes malos, malos son :P

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