AVISO

Este fic contiene sólo recreación sobre hechos del pasado. No contiene spoilers. Todos los personajes y lugares pertenecen a G.R.R. Martin

jueves, 11 de abril de 2013

Capítulo 18


JAIME
            No le fue difícil encontrar a Rossart. Las estancias de la Mano del Rey se situaban estratégicamente dentro de la Fortaleza Roja, en una torre apartada, y al piromante le gustaba pasar parte del tiempo allí, donde había montado su laboratorio personal. Jaime llegó hasta la puerta y pegó la oreja a la madera. Silencio absoluto. Era extraño que no se oyera nada, pues las actividades alquímicas de Rossart solían ser bastante ruidosas. Miró por la rendija que quedaba entre la puerta y el suelo y comprobó que, efectivamente, el hombre no estaba allí. Al incorporarse, oyó pasos acercándose y un tintineo como de cristales chocando. Se escondió en una esquina y esperó. La puerta se abrió y se volvió a cerrar. Rossart había regresado. Jaime volvió a escuchar: ahora sí había movimiento dentro de la habitación. Tocó con unos golpecitos y una voz preguntó que quién era. «Soy Ser Jaime Lannister», respondió. Rossart confiaba en él y le abriría sin problemas. Sin embargo no fue así. ¿Sospecharía algo? Jaime insistió. «Abrid en el nombre del rey. Traigo órdenes suyas.» El piromante no contestó, por lo que el joven optó por entrar. La puerta estaba abierta y la estancia vacía. ¿Dónde diablos estaba ese intrigante? Jaime se puso alerta ante el silencio del lugar. Un pequeño ruido le llegó por el lado izquierdo. Se giró y vio a Rossart lanzándole algo que pudo esquivar a malas penas. Al caer al suelo, aquello se rompió y prendió con una llama verdosa. ¡Era fuego valyrio! Jaime desenfundó su espada al tiempo que trataba de evitar que los frascos que Rossart le lanzaba impactaran sobre su armadura o el yelmo. El fuego valyrio era capaz de derretirlo todo, hasta las piedras. El hombre se había parapetado tras su cargamento y se movía al tiempo que arrojaba los frascos, buscando la puerta. Cuando la alcanzó, salió corriendo, tirando el resto de botellitas al suelo. La habitación estaba en llamas, pero Jaime pudo acceder a la salida y perseguir a Rossart. El problema era saber hacia adónde había ido. Eligió el camino de la derecha. Los pasillos de la Fortaleza eran largos y laberínticos y temía desorientarse. Al pasar por uno de ellos, vio una sombra moviéndose a lo lejos. Era el piromante. Jaime aceleró el paso y le dio alcance. El hombre forcejeaba con su captor. «¡Soltadme, traidor, vendido!» Jaime no dijo ni una palabra: lo agarró de la pechera y le dio un tajo limpio en el cuello. Rossart murió en el acto.



            Su siguiente objetivo era el rey. Si el piromante sabía de las intenciones de Jaime, Aerys probablemente también. Bajó hasta la Sala del Trono. Allí estaba el monarca, paseando por la estancia, mirándose las manos ensangrentadas por los cortes que le producían las espadas que formaban el Trono de Hierro. Antes de que se pusiera frente a él, Aerys habló. «Tu padre es un traidor. Ha entrado fingiendo jurarme lealtad y está saqueando la ciudad. Como capa blanca, debes protegerme.» Jaime lo escuchaba en silencio mientras se colocaba detrás del rey. “Te ordeno que me traigas su cabeza como muestra de tu lealtad o arderás con los otros. Con todos los traidores. ¡Rossart dice que están dentro de las murallas!» El rey se volvió con lentitud y vio la espada de Jaime manchada. «¿De quién es esa sangre?» «De Rossart», contestó Jaime. Aerys abrió los ojos asustado y corrió hacia el Trono, al tiempo que se hacía sus necesidades encima por el miedo. Jaime lo agarró del pelo amarillento, lo arrastró y lo degolló. El cuerpo del muerto cayó a sus pies. Se quitó el yelmo para ver mejor lo que acababa de hacer. En ese momento se vio invadido por una oleada de sentimientos encontrados: ¿Era un traidor o era un héroe? ¿Tenía derecho a matar a Aerys como castigo por sus desmanes? Se sentó sobre el trono, agotado anímicamente.

            Pasaron unos minutos, tras los cuales aparecieron Ser Elys Westerling y Lord Roland Crakehall, banderizos de los Lannister. Parecían perplejos ante lo que allí vieron: el muchacho en el Trono de Hierro y el rey muerto en el suelo sobre un charco de sangre. «Decidles a todos que el Rey Loco  ha muerto y perdonad a todo el que se rinda y hacedlo prisionero.» Los hombres se miraron y Ser Elys rompió el silencio. «¿Debo proclamar también un rey?» Jaime no entró en el juego y se mostró seguro de sí mismo. «Proclamad a quien os dé la puta gana.» Tras decir esas palabras, que no supo ni cómo le salieron del cuerpo, se colocó el yelmo con forma de cabeza de león, símbolo de su familia. El lugar empezaba a llenarse de soldados de Lord Tywin cuando, de pronto, entraron varios jinetes con estandartes Stark. El que capitaneaba al grupo era el hermano de Brandon Stark, Eddard. Jaime casi no reconoció en él al tímido joven que había visto en Harrenhal: llevaba barba y ya no era un muchacho, sino un hombre curtido en la guerra. «¿Qué ha ocurrido aquí?», preguntó con tono de indignación. Jaime puso la punta de la espada ensangrentada sobre el cuerpo del cadáver. «Deberíais darme las gracias», dijo sin quitarse el casco. «He vengado la muerte de vuestro padre y vuestro hermano.» Eddard no parecía muy de acuerdo. «¿Las gracias? No hicisteis nada por impedir el asesinato de los míos y, ahora, ¿os consideráis un héroe por asesinar a un pobre loco? No necesitaba vuestra espada para vengarles. ¡Vos sois de la Guardia Real, habéis traicionado un juramento sagrado!» Jaime rió ante las palabras de Eddard, al tiempo que se quitaba el yelmo, alzaba la cara hacia el techo del salón y se pasaba la mano por el pelo, húmedo de sudor. «Me habían dicho que los Stark eran gente de honor, pero no imaginaba hasta qué punto.» Ned no respondió a sus palabras y continuó con su discurso. «No merecéis estar sentado ahí ni un segundo más. Exijo que os levantéis del Trono de Hierro. Ahora pertenece a Robert Baratheon.» Jaime apoyó su mano en el brazo del asiento y se puso en pie con parsimonia, recreándose en el momento. No debía mostrar signos de arrepentimiento. Cada vez estaba más seguro de que había hecho lo correcto y asumiría las consecuencias de sus actos. Si Robert determinaba que debía ser castigado por alta traición, moriría con la tranquilidad de haber salvado Desembarco del Rey de la destrucción, aunque nadie lo supiera. No era su intención ir de héroe. «No temáis, Stark. Sólo se lo estaba calentando a nuestro amigo Robert. Lamento deciros que, como asiento, no es muy cómodo.» Pasó por encima del cadáver de Aerys y salió de allí, notando la mirada furiosa de Eddard sobre él.

2 comentarios:

  1. Fantásticos estos dos últimos episodios Athena, cada vez estoy más encantada con tus habilidades descriptivas! Vaya con Aerys cómo había llegado a perder la cabeza, y suerte que Tywin y los suyos supieron tejer muy bien la red. Finalmente ya Jaime es el Matarreyes... :P

    Saludos! ;)

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    1. Gracias, vintage :) Me alegro de que te guste la manera de contarlo.

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